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LA BITÁCORA

DEL VIAJERO

salir para adentrarnos.

Actualizado: 18 mar 2021


Así en los viajes como en la vida , en la medida en que salimos de nosotros mismos, descubrimos quiénes somos en verdad al conectar con nuestro interior. Eso es lo que aprendí de mi mamá, y de las salidas familiares de fin de semana.


Desde muy chiquita, de mis primeras memorias, nos recuerdo a mis hermanos, a mis papás y a mi, subiéndonos a la camioneta a media noche, con el traje de baño por debajo o las botas para el lodo ya puestas, y agarrando carretera antes de que el sol saliera. Mocedades o Trigo-Limpio en el estéreo de caset, y la bolsa de sándwiches en el camino adjunta a un reclamo unísono y escandaloso, si a alguien se le ocurría, ¡se atrevía!, a parar el viaje para ir al baño... ¡imperdonable! Porque, de lo que se trataba todo en ese momento, era de llegar lo antes posible, tan rápido como se pudiera, ya que uno para entonces ya estaba desesperado, después de haber pasado días enteros con sus noches pensando en este momento de enfilar a la vacación, calculando los espacios que tendría el viaje, los bloques completos en el hotel, los que serían de alberca o de mar, o de salidas al pueblo y a comer, pero eso casi casi, igual que los días de ida y regreso, eran no contabilizados como parte del gozo. Eso era ordinario. Y aquí se trataba de explorar tantas aventuras como nos fuera posible.

El destino final de la excursión podía ser cualquiera, e igual amanecíamos frente a la playa que arriba de las nubes en las cabañas de una montaña. La PUNTA, de la montaña. Y de mis primeros recuerdos, en estos años, está justamente el de un pueblo muy bonito, muy tradicional donde no había nada de modernidad ni refrescos, donde se escuchaba a las gallinas y a los chivos hacer todo un desorden; yo nunca había visto uno en mi vida, un chivo, lo tengo super grabado junto con el olor, pero, lo que no podía creer era el color del maíz: uno morado y otro verde. ¡No lo iba a probar, de ninguna manera! Era como esa substancia de los cazafantasmas y nada me obligaría. Entonces, me acuerdo de las manos de mi mamá, que tomaron de esa masa de color, y la hicieron una bolita, y con sus manos sobre las mías me enseñó a amasar. Entonces las señoras dueñas de la casa, nosotros íbamos a desayunar como turistas, se rieron de mi pero con una risa muy bonita, sin pena de nada a grito abierto, y yo igual respondí. Nos carcajeamos hasta las lágrimas las cuatro ahí torteando muy tempranito en la mañana, atacadas de la risa. Entonces pues ya entre la historia horrible de mi mamá, la de su mamá mi abuela de cómo en su pueblo natal, uno así de bonito pintoresco como este, le agarraban las manos ¡y se las ponían sobre el comal! ¡De niña! ¡Jesús bendito, para que se le quitara el miedo al fogón! Ya nada más de ver tortillas ese viaje, otra vez, como loquitas, todas riéndonos mientras nos veían los señores sin entender nada.


Por ella, mi madre, estudié con los humanistas que aplaudían que sus hijos se fueran a subir montañas o a viajar por allá afuera a las capitales culturales del país, a "hacerse de mundo", decían.

Pero la verdad es que más que un estatus, a mi madre lo que le gustaba asegurarse era la aventura, hasta el último suspiro. Hace no mucho, en noviembre pasado que fuimos a las mariposas, al santuario en Michoacán, y me dice, en voz bajita, una noche viendo ahí desde una de las estaciones que hay, me dice todavía fuerte y firme, como era ella: que los seres humanos se habían separado desde el principio de los tiempos, en dos grupos: los que se habían animado y los que no. Luego se me quedó viendo, como esperando a que le respondiera o comentar algo y cuando vio que no había tal, pues, nada más me sonrió y regresamos sin hacer ruido a la cabaña... mi madre, a sus 65, una jefa en toda la extensión de la palabra.


Y yo con su inspiración, me casé también con un "pata de perro", es profesor, investigador, entonces tiene vacaciones burocráticas, y planeamos, pero luego en fin de semana nos escapamos, en nuestra boda en vez de fiesta conocimos Sudamérica, a nosotros que nos encantaba toda la onda esta extrema de bicicletas, y kayaks, y para arriba, ¡y para abajo! Y ahora lo que nos queda es ya, el puro recuerdo.


Y con ese recuerdo, con esa nostalgia, ahora que se nos fue, quise regresar al pueblo de la masa verde. Mascota, Jalisco. Lo encontramos en una ruta de un nuevo tipo de turismo que hay ahora que le llaman "Turismo de Haciendas", hermoso, para nosotros que amamos los espacios abiertos, las bicicletas, la aventura... Y salimos, como en los buenos viejos tiempos, a tomar carretera antes del amanecer. un instinto me guió, como a los reyes magos yo creo, ¡ja! No, con eso no se bromea. Pero, tal cual, llegamos al pesebre, junto a un fogón, y la niña de entonces me reconoció, era una mujer, como yo, y con sus hijas. Les juro que esta historia es verdadera e... no podíamos parar de reírnos.


Y pensé en mi mamá, diciéndome que conocer afuera, es conocerse a uno por dentro. Y le di gracias a la vida que antes de despedirnos, le hice aquel comentario que se había quedado esperando cuando yo era niña. Y le dije: nosotros, mamá, somos del tipo de humanos que se animaron a explorar la vida en todas sus posibilidades. Y se quedó tranquila, con una gran sonrisa.




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Con fotografías documentales de:

NOMADA. Publicación digital Chilena.


Stock tomado de @dreamstime


Texto original de www.creaturacomunicacion.com para ·#ExploremosMéxico


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